El jefe de la República de Venecia decía que con el único hombre con el cual cambiaría su alma era con el obispo Lorenzo Justiniano. A su vez, el primer patriarca de Venecia, que nació de una familia noble veneciana en el 1381 y murió en 1455, afirmaba que el oficio de jefe de la República era un juego en comparación con el de obispo, por la responsabilidad que conlleva la guía de las almas. Lorenzo Justiniano, contra las esperanzas de la madre, que había quedado viuda con cinco niños en una gran casa propia de los nobles, con mucha servidumbre en librea, abandonó a la familia y fue a encerrarse en el monasterio de la isla de San Jorge. Un amigo que había ido al convento para convencerlo a regresar a su casa, resolvió más bien seguir inmediatamente el ejemplo y se hizo monje. Lorenzo, vestido con el humilde sayal de fraile mendicante, iba de puerta en puerta pidiendo la limosna.
La madre, una piadosísima mujer, sufría al pensar que la gente podría reconocer a su hijo en ese traje, y para apresurar el regreso al convento mandaba a la servidumbre para que le llenaran de pan el canasto. Lorenzo comprendió el motivo de tanta generosidad, y desde entonces no les aceptó a los sirvientes sino un par de panes. El cohermano que lo acompañaba hubiera querido evitar las puertas de las cuales salían sólo insultos, pero Lorenzo era categórico: "No hemos renunciado al mundo sólo con palabras. ¡Vamos a recibir también el desprecio! ".
Elegido general de su Orden y después obispo de Venecia, no cambió el tenor de vida, ni siquiera exteriormente. El mismo visitaba a los pobres de la ciudad, les distribuía dinero, alimentos y vestidos, para que el fruto de la caridad no cogiera por otros caminos.
No tenía el don de la oratoria, pero esto no le importaba, porque lo suplía con la palabra escrita, que usó abundantemente para la dirección del clero y de los laicos, con cartas pastorales y opúsculos en los que condensaba el fruto de sus muchas meditaciones: "Quien no utiliza al Señor lo más que puede, demuestra que no lo aprecia"; "Un siervo del Señor evita las más pequeñas faltas, para que su caridad no se enfríe"; "Tenemos que evitar los asuntos muy complicados; en las complicaciones siempre está la pezuña del diablo". Acostumbrado a las duras penitencias, cuando, ya anciano y enfermo, quisieron cambiarle la cama de paja por un colchón de plumas, protestó: "Cristo murió sobre la cruz, ¿y yo voy a morir en un colchón de plumas?". Murió el 8 de enero de 1455 expresando el deseo de ser enterrado en el pequeño cementerio del antiguo convento. Pero los venecianos le decretaron un verdadero triunfo.
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